Historia de Sancti Spíritus del siglo XIII al XV ( II parte)
En el año 1268 fue cuando se realizó la fundación del
cenobio de Sancti Spíritus de manos del infante Martín Alfonso y su mujer María
Méndez. Éstos pertenecían a la realeza, ya que el infante era hijo de Alfonso
IX y de doña Teresa Gil, mientras que su mujer, de procedencia portuguesa, era
hija de Men González de Sosa. La certeza de la fundación, por parte de estos
personajes, se comprueba por la existencia de una escritura de donación fechada
el 3 de noviembre de 1269 en el cabildo de Mérida. Por dicho documento la Orden
les proporcionaba a Martín Alfonso y su mujer la casa y la Iglesia de Sancti
Spíritus, para que en ella fundasen un monasterio de monjas de la Orden de
Santiago, y en la misma escritura los fundadores se obligaban a dejar todas sus
heredades después de su muerte20.
Doña María después de enviudar de Martín Alfonso hizo que
enterraran a su marido en el monasterio, y entregó a la Orden 20.000 mrs.
Ante
este gesto el gran maestre de la Orden, Pelay Pérez, en 1274 le concedió el
usufructo de varias aldeas y villas, y confirmó la donación realizada en 1269,
dándole mayor seguridad al documento cuando fue sellado por el rey Alfonso X el
5 de enero de 1275.
Este monasterio, como hemos podido comprobar, gozó del
señorío de la puebla de Sancti Spíritus y el rey Alfonso X, en 1279, dictó una
serie de normas por las que nadie podía entrar en la puebla salvo en
persecución de traidores y alevosos, quedaba libre de todo tributo, con las
excepciones del pago de moneda forera, la reparación de puentes y murallas de
la ciudad, y los pleitos de la puebla serían llevados por sus propios jurados,
nombrados por doña María Méndez o la comendadora.
Todos los privilegios dados por este rey fueron ratificados
por el monarca don Sancho en 1288, lo mismo hizo Fernando IV en 1297, y Juan II
los confirmaría el 9 de junio de 1450 a súplica del condestable don Álvaro de
Luna, maestre de la Orden de Santiago22. También el monasterio fue señor de la
puebla de Vllloruela, y obtuvo el mismo fuero y condiciones que la que poseía
la de Sancti Spíritus gracias a los privilegios de Fernando IV de 1297 y las
confirmaciones de Alfonso XI en 1338, y Juan II y Enrique IV en 1457.
El monasterio de Sancti Spíritus contó en sus primeros años
de comunidad con varias mujeres que destacaron por su protección al cenobio y
su patronazgo, las principales fueron María Méndez, su fundadora, la reina
María de Molina, Violante Sánchez y la reina Juana de Peñafiel.
En el convento de Sancti Spíritus, la figura de patraña
principalmente estuvo representada por María Méndez. Ella, junto a su esposo,
había sido la encargada de fundarlo en 1268 y desde esa fecha hasta su muerte
acaecida en 1282, asumió el papel de patraña. Gracias a esta mujer el
monasterio se dotó y consiguió de la Orden de Santiago un patrimonio para
sostener la fundación. Su condición social y económica le permitieron defender
los derechos obtenidos y pedir diferentes privilegios a los monarcas, para la
comunidad de Sancti Spíritus. También a ella se debe la difusión del ideal
espiritual del monasterio, que consiguió hacerse un hueco entre los círculos de
la familia real y la alta nobleza. Prueba de todo ello fue la amistad que tuvo
con la infanta Violante Sánchez, a pesar de la gran diferencia de edad que
existía entre ambas.
El patronato de María de Molina se extendió desde 1290 hasta
1321, año de su muerte. María de Molina fue mujer de Sancho IV, y ocupó el
cargo de reina desde 1284 hasta 1295. Posteriormente ejerció dos regencias por
minoría de edad, la de su hijo Fernando IV de 1295 a 1301, y la de su nieto Alfonso
XI de 1312 a 1321. La primera noticia del patronato de la reina data de 1290,
cuando acudieron Velasquita y María Alfonso, frailas del convento de Sancti
Spíritus, a entrevistarse con el rey Sancho IV por haber quebrantado el maestre
Pedro Fernández los privilegios que contaba el monasterio, a la hora de elegir
comendadora entre las frailas, y no comendador, y también porque les había
retirado la gestión de su patrimonio. El rey dictó sentencia el 25 de enero de
1290 y obligó al maestre que se retractase de todo lo acaecido. Sancho IV
explicó el porque de su intervención alegando su condición de patrono de la
Orden de Santiago, y porque su mujer, la reina, era señora de dicho convento.
Un mes después, el 17 de febrero de 1290, Sancho IV concedió
a las monjas de Sancti Spíritus un privilegio, por el cual el monasterio
quedaba libre de pagar el tributo de portazgo, quedando exentos sus ganados, el
pan, el vino, y las cosas necesarias para la manutención de las frailas, y
argumentaba las mismas razones dadas en el otro conflicto. Asimismo la reina
suplicó, primero, a su hijo Fernando IV que confirmara los privilegios
concedidos a la casa de Sancti Spíritus, y después hizo lo mismo con su nieto
Alfonso XI. No existiendo otras noticias acerca de la relación entre la reina y
el monasterio.
El 18 de junio de 1291 en la ciudad de Valladolid se casaba
don Fernando Rodríguez de Castro con doña Violante Sánchez, hija natural de
Sancho IV y de María Alfonso de Ucero. Una vez que doña Violante quedó viuda
escogió el monasterio de Sancti Spíritus para su retiro, siendo primeramente
patraña y más tarde comendadora.
En 1325, Violante pidió al papa Juan XXII el hábito de
Santiago y el gobierno de dicho convento. Pero un año después la infanta
renunció a todo lo estipulado por el papa, reconociendo que la manera de
acceder al monasterio y a su gobierno iba en contra de los estatutos de la
Orden. Acto seguido, tomó el hábito de manos del maestre García Fernández,
siguiendo la forma predispuesta por los estatutos.
Un año más tarde, en diciembre de 1327 doña Violante,
titulándose fraila y comendadora del monasterio de Sancti Spíritus, hacía
entrega de todos sus bienes al maestre de la Orden Vasco Rodríguez, confirmando
este punto en su testamento del 25 de enero de 1330, por el cual dejaba como
heredera a la Orden y mandaba que la enterraran en el monasterio de San
Francisco de Toro. Aunque según Dorado y González Dávila dicha señora fue
enterrada en la iglesia de Sancti Spíritus donde dejó varias rentas para el
convento y la iglesia, si bien no pudo el convento disfrutar de todas ellas
porque algunas las sacó, por pleito, su hijo Pedro de Castro.
En 1367, Juana de Peñafiel, mujer de Enrique de Trastámara,
titulándose reina durante la guerra civil de Pedro I y Enrique, tomó bajo su
encomienda personal al monasterio. Y en 1379, la reina ordenaba al Concejo de
Salamanca que tenía que respetar los privilegios de exención fiscal que tenían
los servidores de las pueblas del monasterio.
Los Reyes Católicos también tuvieron a este monasterio bajo
su protección. En 1486 dictaron una real cédula, que se pregonó por las calles
de la ciudad comunicando el amparo de la realeza, con el motivo de no hacer
peligrar los intereses del convento que se veían amenazados por los vecinos, y
sobre todo por Alonso de Maldonado. Este último hizo caso omiso a la misiva de
los monarcas y ocupó en 1488 la villa del Casar de Palomero.
Pero los hechos más destacables que ocurrieron en el cenobio
de Sancti Spíritus durante el reinado de Isabel y Fernando se produjeron en
1492. En este año, en el mes de septiembre, la comendadora Mayor Coello había
muerto, y la comunidad eligió a María Flores. El maestre de la Orden, don
Alonso de Cárdenas, no aprobó tal elección e impuso como comendadora a su
sobrina doña Juana de Zapata. Ante esta situación, los partidarios del maestre
se levantaron en armas y se apoderaron de la iglesia y convento en contra de la
voluntad de las religiosas. Éstas pidieron auxilio a los reyes, y éstos
mandaron que no se perturbara su vida, y que los caballeros, seguidores del
maestre, abandonaran las dependencias monásticas. Este mandato real no surtió
efecto, porque la comendadora Juana de Zapata, que había sido impuesta por el
maestre, se apoderó de las rentas del monasterio, del Casar del Palomero y del
Atalaya, sustituyendo a los alcaldes electos por otros más favorables.
Debido a estos sucesos la comendadora legítima, doña María
Flores, inició una larga peregrinación en busca de justicia, en la que, sin
duda, se endeudó para hacer valer sus derechos. Fue en persona a visitar a los
reyes que se encontraban en Barcelona, y una vez allí, la superiora les informó
de todo lo acaecido, y los monarcas, una vez escuchadas las alegaciones,
mandaron al corregidor de Salamanca que investigara los hechos y castigara a
los culpables. Estos acontecimientos acabaron finalmente en 1493, cuando se
produjo la muerte del maestre Alonso de Cárdenas, y el Consejo de la Orden dio
la razón a María Flores y le restituyó la encomienda a finales de 1494.
Desde ese año y hasta 1512 pudo gobernar la casa en momentos
difíciles de reforma espiritual y material, a pesar de ello, el número de
freilas y el patrimonio del monasterio aumentó considerablemente durante su
mandato. También en este período fue muy fructífera la educación de las mujeres
que componían la comunidad.
Las religiosas centraban sus conocimientos en la lectura, el
canto y la liturgia, sabiendo escribir la mayoría de ellas. Además de las
lecturas necesarias para seguir los oficios divinos, las freilas leían otros
libros, como lo demuestra la composición de la biblioteca del monasterio a
finales del siglo XV. Esta biblioteca estaba integrada por obras de carácter
religioso, en la que destacaban los libros litúrgicos como los salterios,
dominicales, oficionarios, breviarios, santorales, evangeliarios, cuadernos de
misas, calendarios, capitularios, epistolarios, libros procesionarios, la
Biblia, libros del Antiguo Testamento y cuadernos de la Pasión. Aparte de los
citados, tenían vidas de santos, la de San Francisco, la de Santa Eufemia, la
de San Gabriel, dos libros de Flos Sanctorum y el Vergel de Consolación, en
romance, obra del dominico fray Jacopo de Benavento. Por último las monjas
poseían dos libros de la Regla de Santiago y de los Establecimientos de la Orden
y una regla de coro. Además de estos libros comunitarios, es muy probable que
las freilas tuvieran algunos libros propios en sus celdas.
Por lo tanto, leer y enseñar a leer a otras mujeres debió
ser una de las funciones habituales de las freilas, gozando en la ciudad de
buena reputación, en lo que respecta a la formación cultural de éstas.
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