EL CONVENTO EN EL S. XVI Y EL NUEVO CONVENTO DEL S. XVIII



Por la documentación conservada se tiene constancia de la existencia de dos edificios conventuales, uno anterior a la actual iglesia, del cual no conoce­mos su fecha de inicio, y otro que se comienza a construir a finales del siglo XVIII.
Del primer convento, además de la documentación, hemos encontrado un plano confeccionado por Quiñones en 1786 en el que a grandes rasgos deli­mitaba el recinto conventual y algunas zonas de la claustro". Con este plano y las visitas de los siglos XV, XVI y XVIII hemos elaborado la siguiente descrip­ción y planta".
El conjunto monacal ocupaba un amplio espacio urbano delimitado por las calles de Carniceros, cuesta de Sancti Spíritus, Palomo y rúa de Sancti Spíritus. Esta nomenclatura del siglo XV cambió a lo largo de los años, y en el siglo XVIII las dos últimas vías se denominaban cuesta del Horno y calle de los Bodegones respectivamente.
La entrada principal al recinto del monasterio se hacía por la calle de los Bodegones accediéndose a un patio empedrado, que cobijaba, a su derecha, una casa pequeña con dos aposentos; a su izquierda una pieza con techum­bre de madera bien labrada, que en el siglo XV había servido como confesio­narios, y que en 1894 era el comedor de los frailes que asistían temporal­mente a las necesidades del monasterio; y enfrente de la puerta principal del recinto estaba la portería del convento con su locutorio. Traspasada la portería se accedía a un vestíbulo que comunicaba con dos dependencias colocadas ambas al lado derecho, una servía como sacristía del monasterio, con un anejo donde se labraba la cera, y otra se utilizaba como aposentos de la comenda­dora; mientras, al lado izquierdo del dicho vestíbulo, estaba el citado locutorio y las habitaciones donde se alojaba la portera.
De este vestíbulo, y por la puerta llamada reglar, se llegaba al claustro orga­nizándose alrededor de éste el cenobio.
El claustro, de planta cuadrada, se distribuía en dos alturas, tenía veinti­cuatro columnas con sus arcos y antepechos, la cubierta de éste era de made­ra con cuartones guarnecidos de cintas y los suelos de ladrillo. En el patio de la claustra existía un jardín que contenía un pozo con brocal y un cenador suje­tado por cuatro columnas, todo ello fabricado en piedra. La organización de esta galería sufrió algunas transformaciones, y a finales del siglo XVII aparecía cerrada con vidrieras donde existían dos puertas para entrar al jardín, además, las paredes estaban enlucidas de blanco con unos zócalos de azulejos".
En la esquina noreste del claustro bajo había, en el grueso de la pared, un altar de piedra de la advocación de Santiago en la batalla de Clavijo con dos imágenes de San Juan Evangelista y San Pablo, flanqueado todo ello por los blasones de los Rodríguez y Chavea.
Al Inicio del lado norte del claustro inferior se hallaba una escalera por la que se accedía al claustro superior, y seguida a ésta había cinco celdas, las dos primeras tenían una planta, mientras que las tres últimas contaban con dos. En ellas vivían la comendadora y siete religiosas más".
El ala occidental del mismo acogía, en primer lugar, un altar con la imagen de la Virgen y el Niño", y posteriormente se repartían las dependencias de ser­vicio tales como la despensa; la provisoria; la cocina con dos ventanas, una hacia un corredor y otra hacia el comedor; el refectorio, que era de una sola pieza con un artesonado como cubierta y suelo de ladrillo, donde además existían cinco mesas grandes, un púlpito de madera de nogal y una escultura de bulto de Santiago; y por último en el ángulo de este ala había una escalera que permitía la comunicación con el claustro alto, con un corral que daba acce­so a la huertas, y con unas dependencias anejas donde se guardaba el grano, carbón y el corral de aves. Estas últimas habitaciones también tenían salida hacia el exterior del recinto conventual por la puerta de carros, que estaba resuelta con un arco y coronada por un escudo de la Orden de Santiago con dos ángeles como tenantes.
La zona sur del claustro bajo la ocupaban dos dormitorios, entre los cuales nacía una escalera que daba al coro bajo y la librería. Debajo de las dos alco­bas habla otras dos piezas, a modo de semisótanos. Que servían para el recreo de las religiosas durante el periodo estival.
En el ala oriental de la claustra inferior, en el ángulo que hacía con el lado sur y en el grueso de la pared, se alojaba otro altar de San Juan Bautistas, que según una Inscripción databa del año 1556, seguido de éste se encontraba una escalera por la que se accedía también al coro bajo, y más adelante estaba la sala del Capitulo con su artesonado y su suelo enladrillado con lazos de azu­lejos en sus ángulos. Esta sala seguramente se construyó a mediados del siglo XVI, ya que la visita de 1594 anunciaba que en el claustro alto, y encima de esta sala existía otra que se había utilizado como antiguo Capítulo.
El claustro alto, en su mayoría, estaba compuesto por celdas para las freilas a excepción del ala este, donde se encontraba la mencionada antigua sala del Capítulo, y una escalera por la que se llegaba al mirador de las mon­jas situado encima de la nave de la iglesia; mientras en el ala sur una parte era ocupada por la enfermería del monasterio. Encima de la zona norte se elevaba otra altura más que poseía tres celdas para otras tantas religiosas.
Este edificio se mantuvo durante bastantes años sin grandes intervenciones arquitectónicas como hemos podido analizar en la documentación, pero es en el siglo XVIII cuando se demuestra el deterioro que había sufrido a lo largo del tiempo. Así, en la visita de 1720 se hacía hincapié en que la mayoría de las celdas de las religiosas se encontraban inhabitables y ruinosas. En 1726 se hablan invertido 5000 ducados en diferentes reparos realizados por Miguel García. Posteriormente, en 1775 se trasladaba el coro a otro lugar más apropiado, y en 1785 Antonio Tavira y Phelipe Ribero realizaban la última visita al monasterio llevando al Rey y al Consejo de las órdenes un informe
sobre el estado del convento. Visto este informe, el Monarca decidía el 15 de marzo de 1786 que el convento se hiciese de nueva planta «en atención a lo ruinoso e incómodo del actual.
En este mandato real también se comunicaba a las religiosas que desalojaran el convento y que eligieran otro de la Orden de Santiago, o de las otras órdenes militare, para que fueran admitidas durante la        edificación del nuevo.  
Las freilas ante dicho mandato llaman  a García de Quiñones, arquitecto de la ciudad y de la catedral, para que realice un Informe sobre la necesidad de desalojar el convento como requería el monarca, y en el reflejaba: «hallo; Que cómodamente y sin mucha estrechez pueden permanecer en él las señoras todas y sus sirvientas, sin impedir su demolición, y nueva fabrica y con total separación de la obra, y operarios: lo cual se conseguirá yéndose la comunidad toda a habitar el lado de mediodía donde está ya viviendo la mayor parte, cerrando interinamente la comunicación con la restante habitación habiendo portería la que ahora es puerta de carros y usando de la Iglesia y coro por medio de una puerta casi en los mismos terminas que ahora: en lo restante del terreno puede empezar la demolición y nueva construcción (...) y concluido (con los dentellones necesarios) hasta la línea de cierro interino, se trasladan las señoras a lo nuevo y se concluye el edificio en aquella parte de medio día.
Ni aún se quiere hacer el edificio todo de un golpe, a muy poca costa se podrán alargar las habitae que al lado opuesto del Norte, tiene el Administrador y el Hornero, y algunas otras oficinas y quartos, en conformidad que con toda decencia, y comodidad, en lo posible podrían habitar allí las señoras durante la nueva fábrica sin incomodarse en cosa alguna (...).
Quando no huviese en dicho monasterio tan buena proporción podría buscarse la que ofrece el palacio de las Quatro torres, que es magnífico, seguro y capaz de guantes oficinas necesita la comunidad».
Este informe iba acompañado por un plano del recinto que completaba la explicación, y de una carta de la comendadora, doña Gervasia de Villafaño, en la que suplicaba al rey que no fuesen obligadas a salir de su casa, ni de Salamanca, debido a la construcción del nuevo convento, y proponía al monarca que se las dejara en la ciudad como decía el arquitecto en su plan, y si no le parecía conveniente que se quedaran en el monasterio, podría habilitarse el palacio de las Cuatro Torres, o la casa de las Conchas que en ese momento no estaban ocupadas por sus dueños, y con esta solución la comunidad podría ver las obras y gobernar las rentas y efectos del convento.
Las suplicas no fueron atendidas y el Consejo de las Órdenes, en mayo de 1786, ordenaba a las monjas que en un plazo de ocho días cumplieran con la real orden de 15 de marzo de dicho año, en la que se les informaba que eligieran los monasterios de su agrado para ser trasladadas y poder comenzar a derribar el antiguo convento".

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