Comendadoras de Santiago


Las Comendadoras de Santiago son la Orden Femenina que emana de los Caballeros de la Orden de Santiago.
No está claro el origen de La Orden de Santiago. La teoría más aceptada marca el nacimiento de la orden tras la batalla de Clavijo (La Rioja) en el 844,  en el que el Maestre de Campo Don  Sancho Martínez de Tejada junto con trece caballeros solicita el permiso para construir una orden de Caballería bajo la advocación del Apóstol Santiago. Queda instituida como orden religiosa tras adoptar la Regla de San Agustín, con voto de pobreza, castidad y obediencia. Poseía como emblema una cruz roja en forma de espada y su fin era defender a la Iglesia de todos sus enemigos y extender el reino de Dios. 

Es una de las cuatro Órdenes de Caballería Españolas (Orden de Alcántara, Orden de Calatrava y Orden de Montesa) y la única de éstas Órdenes Militares que introdujo desde el principio, como novedad, la participación de mujeres.
La Orden de las Comendadoras de Santiago fue fundada en Palencia en 1175, tras el “encaprichamiento” de Alfonso VIII por el convento de canónigos regulares en Santa Eufemia de Cozollos (Olmos de Ojeda). En un principio constaba de mujeres y de hombres y era gobernado por una Comendadora y un Prior, pero antes del siglo XIII el monasterio quedó integrado sólo por mujeres.
En 1520 Los reyes Católicos envían a las hermanas comendadoras a Toledo, al Convento de Santa Fé (actual Convento de Santiago Apóstol).
La Orden de las Comendadoras de Santiago es:
Evangélica: Tiene como norma suprema el seguimiento de Jesucristo, y exige la conversión del corazón.
Apostólica: Los fundadores tomaron ejemplo de la primera Comunidad de la Iglesia de Jerusalén. "Todos vivían unidos y todo lo tenían en común".
Eclesiástica: Fieles a la tradición constante de la Orden, han de amar a la Iglesia como su Madre, y entregarse a su servicio hasta gastarse y dar la vida por el ensalzamiento de la Fe cristiana y por la caridad de los hermanos
Observante de la regla de S. Agustín: compartiendo el mismo ideal, en una vida comunitaria de unión fraterna como una gran familia.
Al inicio, las monjas santiaguistas, desempeñaron para la Orden tres fines principales según la Regla de San Agustín: el rezo del Oficio Divino todos los días sin excepción, la educación de las hijas de los Caballeros de Santiago, fuente de vocaciones, y la acogida temporal de las mujeres e hijas de los caballeros, reservándoseles espacios dentro de la clausura para sus rezos y oraciones.
Las mujeres podían estar casadas o ser freilas. Las freilas vivían en los Monasterios mientras que las casadas en sus domicilios como ocurriera con los Caballeros, que unos eran freiles clérigos y otros casados. 
Las hermanas freiles vivían en la soledad del convento, desarrollando una vida de silencio, oración y sacrificio. Contribuían a la extensión del Reino de Jesucristo y a la salvación de las almas. Su consagración a Dios se expresaba mediante:
La alabanza divina: Con el canto de la Liturgia de las Horas y la oración personal daban gloria a Dios en nombre de la Iglesia e intercedían por todos los hombres
El culto de la Eucaristía: La presencia real de Jesucristo Sacramentado era el objeto principal de su vida y la fuente de su alegría y entrega.

La devoción a la Santísima Virgen: Ella era el camino más recto para llegar a Jesús. En esta Orden se la honraba con singular veneración en el misterio de su Inmaculada Concepción.
Esto se sigue dando en algunos conventos actuales de monjas Comendadoras de Santiago.
Los miembros de la Comunidad se llamaban freilas, después profesas y, según avanzaban los años, monjas, femenino de monjes. Solían llegar al monasterio de entre los familiares de los Caballeros de Santiago, y del entorno de la ciudad donde quedaba ubicado dicho monasterio. Muchas -la mayoría de las Comendadoras de Santiago- pertenecieron a la nobleza y gente más destacada de la sociedad. Como fuente de vocaciones se cita la crianza y educación de las hijas de los caballeros e hidalgos, porque algunas de ellas se quedaban para siempre en el monasterio.
Cada monasterio santiaguista femenino era gobernado por una Comendadora, aunque en los principios lo fue por un Comendador, elegido por el Maestre. En 1627 la Comendadora Mayor o Superiora debía ser profesa, de 40 años de edad y diez de haber tomado el hábito y elegida para tres años, no vitalicia. Los poderes de la Comendadora de Santiago abarcaban los espirituales, materiales y jurídicos para gobernar la Comunidad. Su elección debía ser aprobada por el Maestre. Si éste se mezclaba en las elecciones solía haber inquietudes en el monasterio, que deseaba entera libertad. Había también una subcomendadora y las restantes oficialas, como sacristana, portera, cocinera, enfermera y demás cargos normales, sin olvidar a la maestra de novicias.
Las rentas limitaban los ingresos de religiosas, pues cada postulante debía traer su dote. Esto se exigió severamente a partir de 1627. Tres partes se hacían de la dote, dos al menos como renta para el monasterio y la tercera parte podía gastarse en reparos y otras necesidades de la casa.
Cada monasterio parecía una colmena en plena ocupación. La principal obligación era el rezo y canto del Oficio Divino. Toda la comunidad gastaba gran parte de la jornada en las misas, horas canónicas, procesiones y en los responsos. Aprendían a leer el latín, lengua en la que estaban escritos los libros litúrgicos. Aprendían música para cantar los salmos y las antífonas con los himnos correspondientes. Seguían el ritual propio de la Orden de Santiago. De esta manera se constituían en profesoras para las hijas de los Caballeros de Santiago que se recibían en el monasterio para su educación.

La misa diaria era obligatoria y después la Comunidad se reunía en capítulo donde se trataban los asuntos temporales y espirituales propios. Había acusaciones de las faltas cometidas y se imponían penitencias. Los domingos podían comulgar, si lo deseaban. Cada mes debían leer la Regla. Tres veces al año daban limosna a los pobres por sus difuntos, y mandaban celebrar por ellos treinta misas al año.           
Se celebraba el ingreso de una monja. Especial rito llevaba la toma del hábito. La hermana había confesado y comulgado. Se le preguntaba si había pertenecido a otra Orden Religiosa, si era casada o estaba comprometida en matrimonio, si había cometido homicidio, si estaba endeudada. Posteriormente se conservó una norma, muy ordinaria y legal en la época, por más que hoy escandalice:

«Ordenamos y mandamos que no se reciba persona alguna para religiosa ni hermana de los conventos de monjas de nuestra Orden que tenga raza judía o de mora o conversa y que, además de esto, haya de tener la misma hidalguía y nobleza de sangre que se pide a los caballeros. Y que para este efecto se haga información como se acostumbra a hacer con los caballeros que reciben el hábito y que el tiempo que fuere recibida sea apercibida que, si después pareciera tener algún defecto de los dichos, le será quitado el Hábito y echada de la Orden, aunque sea profesa»
Si terminado el noviciado decidía la Hermana abandonar el monasterio, se quitaba el hábito y la despedían. Si se quedaba, se reunía el Capitulo y arrodillada ante la Superiora pronunciaba la fórmula de profesión. Para ellos debía de haber dado pruebas de ser: bondadosa, dulce, obediente, humilde, madura, silenciosa, diligente, discreta, dispuesta y trabajadora.

En cada uno de los monasterios había un sacerdote freile de Santiago, que administraba los Sacramentos y que cuidaba de la hacienda.
Algunos conventos que subsisten en la actualidad son:
El monasterio de Santiago Apóstol en Toledo
El monasterio de la Madre de Dios en Granada
El monasterio de Santiago el Mayor en Madrid

BIBLIOGRAFÍA:

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